Dioses
Para Alberto Rahal,
Instrumento de sus astros.
Como relojes que se miran
no se entienden
aunque sean vecinos de milagros.
A todos los maneja
la luna
el verbo
el poeta tendido en el ocio.
Se tienden batallas, sentencias a lo lejos.
Saben que para nada les sirve el espanto
ni esos oscuros personajes que les oran
y juegan loterías.
En el centro se sienten falibles,
los poetas les descubren agujeros negros.
Son iguales,
salpicados por nosotros,
los desahuciamos,
les dejamos pústulas de galaxias en las venas.
Laberinto
Piedad ten de mí,
Señor de los desaciertos.
Me doy y me veneran.
Castigo la inclemencia de las horas
y permito esa libre jauría que sucumbe
en la precisa alborada
que cruje con el destino bajo el dintel doblegado.
¿Y Callo?
Debo hacerlo entre las mieses
como un gentil
druida siempre del silencio.
¿Espero?
Nada,
muchas son las púas que se quiebran con el paso
y propenden como una alegoría entre los labios
la pérfida presencia que anuncia el pasado.
¿Y desespero?
Caso a parte el océano,
en esa cumbre de lástimas y esbozos
cada quien se allega
enhebrando sus deshechos.
¿Y comprendo?
Es la arena el áspid,
el fuego silencioso que repta sin sosiego
por los oscuros laberintos que tejen las arterias.
¿Y hay un punto final?
En la mirla que busca el corazón de la mañana
el rito se concluye,
vuelve el origen y desfallece.
¿Hijos?
Son los hijos los espectros
que cada quien adelanta en su labor.
¿Final?
De la vida circular y efímera
sólo penden los fragmentos,
escasas serán las tardes del recuerdo
mientras el laberinto persista.
Símil
El que persigue el aroma
buscando en la basura
no es un perro, no es un como,
es un hombre.
Lo que patean las botas
no es un balón, no es un como,
es uno a quien le pudo el hambre.
El borboteo en la alcantarilla
no son las aguas estancadas,
no es un como,
es el ronquido de alguien.
Los que acampan en las colinas
al límite de la ciudad, no son un como,
son los refugiados que no están felices de camping.
Y eso que va por el campo
construyendo el vuelo de las hojas,
no es un como, no es una brisa cualquiera,
es el viento que huye de nosotros.
Venas
Por nuestras venas
No corre sangre sino óxido.
Ríos de tiempo
Erosionan las rocas de nuestras vidas.
Por nuestras venas corren cosas viejas
Una noche de miedo
Un paseo por el bosque
Los juegos que se quedaron atrás.
Por nuestras venas corre niebla
Espacios abiertos
Llegan a los ojos
Cuando estamos tristes.
Por nuestras venas corren voces
Sonidos que estallan
Cuando llegan a la boca
Para que cantemos por si la felicidad
O gimamos
por si la lejanía.
Por nuestras venas corren enanos con destornilladores.
Nos aflojan la piel, los ojos,
Los recuerdos.
Al finalizar
Quedamos desparramados en una caja.
Por nuestras venas
Corre la muerte.
Magia
Díafana sorpresa la magia
Serpea entre nuestros objetos.
Su veneno nos confunde
Entre el estar y el irnos.
Y cuando nos pica
Nada pesa
Nada muere
Nada sufre.
Su manto son las telarañas
Que teje el sueño
Para guarecernos
Del temporal del tedio.
Al tendernos en sus redes
Nada pesa
Nada muere
Nada sufre
A veces bajo el sopor del sol
La invocamos
Para huír del fragor del mundo:
Ccuando nos mira
Nada pesa
Nada muere
Nada sufre
En todos está la magia.
No sólo en los merlines de los circos.
Nuestra bara nace
Cuando botamos todo lo que llevamos dentro.
Y así nada pesa
Nada muere
Nada sufre.
Jaime Londoņo (Federico Cóndor)
Bogotá 1959
Poeta, editor y diagramador. No quiso el derecho, pero añora el Externado. Se graduó de literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Organizó, junto con otros poetas, el Primer encuentro de niños poetas colombianos. Promovió, junto con María Claudia Arrubla, el Segundo encuentro de estudiantes de letras y ciencias sociales, patrocinado por La Facultad de Literatura de la Universidad Javeriana. Libros de poemas: Hechos para una vida anormal, Alquimistas Ambulantes, Mago sólo hay uno y Fantasmas S.A. Sobre antropología cultural ha publicado Epitafios: algo de historia hasta esta tarde pasando por Armero. Compiló Antología Domingo Aatrasado, en la que recoge las voces de algunos poetas jóvenes. Para los estudiantes de colegio escribió los libros educativos: Competencias escriturales de prejardin a once. Junto con Doris Amaya, cordina, para la Casa de poesía Silva talleres dirigidos a los niños de los colegios distritales, dentro del programa Escuela-Ciudad-Escuela. Tiene un taller de poesía gratuito desde hace 10 años los domingos a las 3 pm en el parque de Usaquén.
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El vuelo del Cóndor
Aún le recordamos en las calles Bogotanas por las que un día paseábamos olvidándonos del pasado y futuro. Aún le recordamos en las clases de literatura o en la biblioteca mientras que jugábamos a ser Cortazar y Keruac, entre versos y estrofas, para despertarnos del sueño matinal. Incluso le recordamos atento, sentado en el sillón o en la mesa con las piernas cruzadas y con la mirada perdida en divagaciones, escudado con un jersey que se tejía de ideas entre su lana, e igual que siempre, le recordamos regalándole un canto a la vida.
Y aunque hoy le recordamos, él sigue caminando frente al mar de gente, que empuja por las calles, intentando convencerles y enseñarles que su nombre Jaime Londoño, con el que un día le bautizaron, se perdió al recoger un cóndor que volaba perdido entre los pasajes de la lengua para darle el nombre con el que hoy firma: Federico Cóndor.
El Cóndor es un ave que nunca emigra porque vive en la inmensidad del espacio, un hombre que ha viajado por las montañas más ocultas y selladas por los proverbios zen que tanto le identifican. Un hombre amante de lo urbano y amigo de lo desconocido cuya distracción es confundirse entre las sombras de la gente, invitarlas a pasear por la Casa de Poesía Silva y conocer la claridad que les alberga. Un poeta que estará escondido entre el humo de los recitales, las metáforas, publicando, editando un libro o viajando por la sabana Colombiana cuando no le encontréis. Es el cóndor que se recreó durante años entre juzgados y facultades de leyes aprendiendo las artes de las normas pero que sin darse cuenta, día tras día entre risas y llantos, aprendió a volar muy alto y a tocar con su pluma las palabras. Las mismas que hoy le embarcan por los sueños, esperando a que se fundan con una hoja y dejar su testimonio, que es el suyo y muchas veces el nuestro.
Un testimonio que empieza, termina y vuelve a empezar sin saber cuando acabar, utilizando como testigo la palabra, a la que va dado textura entre clase y clase, a la que va dibujando con imágenes, al mismo tiempo que va en los autobuses a alguna parte, y a las que recrea. Un testimonio que se impregna por la lluvia de las calles, por el olor a café de los bares, por las risas contagiosas de la gente, por los mensajes de los náufragos que aún se oyen en el viento, por los odios, las envidias y las alegrías de los amantes, por las miradas que nos dejan sin palabras, por los encuentros de todos los domingos en un taller literario, de nombre "Domingo Atrasado", en el que siempre nos encontrábamos.
Del mismo modo las palabras, como testigos de este testimonio, son las que despliegan sus alas para filtrarse por los rincones de los recitales, las escuelas y las más cultas bibliotecas, recordando que él es un poeta, el observador de la vida que nos acude con su alquimia utilizando lo cotidiano como ingrediente principal, nos sacude los miedos con la quiromancia y nos deja inquietos, distantes entre los laberintos de lo que no conocemos. Todo con su intrusa: la palabra.
Él es la clase de poeta que no busca cambiar el sentido de las agujas reloj, ni el norte de la brújula, que marca nuestro destino, Es la clase de poeta que se alimenta entre las paredes de su estudio, que para ser un Cóndor es el infinito, las pinta de colores que no todos vemos, las disfraza con sus tristezas y alegrías, y como cada noche las visitan sus fantasmas para recordarle que está vivo y que a pesar de que las hojas secas caiga, siempre volverán a levantarse por la fuerza del viento. Y quién conoce mejor al Cóndor que el viento?
Aunque el tiempo y las telarañas nos tapen los ojos y nos condenen al olvido, siempre volveremos a renacer. Como una vez este gran poeta de los vientos dijo, la amnesia le recuerda al olvido que siempre se puede renacer y esa es su grandeza, así le seguiremos recordando.