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Morada

La casa se resquebraja dentro de mí, nadie
la habita; nunca una luz ni una ventana abierta;
¿Qué señales de vida la tienen en pie?
tiene la parquedad que solo dan los años y hay
rosales viejos que nadie sembró y que nadie
poda. Tampoco yo quiero ocuparme en limpiar su
entrada repleta de hojas secas que felices se
pudren. el alma de la casa que habita no me
pertenece, y no acepto sus reproches porque nunca
le prometí una familia que no tengo. En su soledad,
ella ha tenido que imaginarse sus habitantes
espectrales delirando en sus falsos laberintos; y sola
tendrá que desmoronarse bajo el universo; morirá
como suelen morir los hombres cuando en su vanidad
han comprendido la desolación de su miseria.
Y no moveré un solo dedo para evitarlo. No fui yo
quien levantó sus aboniblabes fortalezas.


Oficos contra la poesía

Persuadir a cierto cuchillo
para que ignore el pan
y sólo se ocupe de los enemigos.

Desgarrar la noria del viejo pozo
mientras ahogan furtivamente
una palabra libertaria.

Abrir los ojos de los muertos
que se resisten a ver
las vísceras del infierno.

Desaparecer una estrella
y hacer que alguien
sufra su ausencia.

Dirigir la flecha
al corazón del único guerrero
que podría liberar a su pueblo.

Desparramar sobre cierta palabra teirna
un olor pestilente y ocre
para que sea olvidada por los hombres.

Advertirle a un Iluminado del mal
su secreta vocación para crear el caos.

Pintar de verde pútrido
el rostro de los ahorcados.

Abrir las fauces del terror
sólo por capricho
de los dioses ignorados.

Provocar en un varón
- que desdeña la dicha por temor a su virilidad -
el Deseo acendrado en los labios de un muchacho.

Cimbrar el último estertor
en el bello ciervo
desangrado por los bellos tigres.

Purificar el lecho
al que nunca podrán llegar
una pareja de amantes que se consumen sin
poder acariciarse.

Bruñir el odio mortal entre dos hermanos
para que al otro lado del Universo
renazca un dios perverso.

Cavar mi propia fosa y morirme en los demás
una y otra vez sin poder abrazar mi propia muerte.

...

Venenoso, cicatero, retorcido y malnacido
Amo de las miserias: ¿Cuantos viles oficios más
tendremos que soportar contra la poesía?


Los raros

Aunque rara vez caen, van por ahí dando traspies
contra todo, remendando la soledad, coqueteándole
a los árboles o prefigurando en las nubes terribles
e ingenuas batallas de diablillos enamorados;
los otros, solo se ocupan de ellos cuando de criticarlos
se trata, pues no saben entrar en la inmensa posibilidad
de sus actos y de sus palabras;
cargan siempre un extraño dolor dificil de definir
y sus brazos ni son programados ni pretenden
ser otra cosa;
cuando los obligan a trabajar son objeto de burla
por su encantamiento, mas ignoran su inteligencia
atenta al mínimo susurro del viento;
en mi casa suelen dejarse caer algunos: los vecinos
cierran sus narices creyendo que huele mal,
abren sus ojotes ante sus vestimentas y agudizan
sus oídos para tratar de entender lo que
nunca entenderán (mis vecinos, que son horribles,
se mueren de envidia, enferman y van al médico,
pero el médico no les halla nada porque los otros
siempre han sabdio camuflar cualquier verguenza);
pero sigamos con los nuestros:

si sientes tristeza, puedes contar con ellos
si quieres hablar de cosas insignificantes, también,
pero nunca trates de enjaularlos en lo que ellos llaman
"una personalidad estructurada", pues sólo los otros
soportan semejante suplicio;
un maúllo, una palabra vieja, una luna despistada,
un capullo de nada, un amorcito ajado, todas esas
cosas y muchas más puedes hallar en sus bolsillos
o en sus pupilas si tienes el privilegio de tratarlas;
para el sexo son música-marea-brazas,
dan tantop como quieran recibir y saben compartir
el dolor hasta volverlo trizas;
tienen el don de la ubicuidad, y sin proponérselo
descrestan y desesmascaran a los moralistan sin moral.

Cuando miran el agua son agua
cuando se hechan sobre la tierra son tierra
cuando prenden un fuego ellos son los que arden
y así sucesivamente son todas las bellas y feas;
y con el mismo silencio con el que se embelesan
observando como una arañita entretejen su universo,
se duelen con los perros callejeros ante la crueldad
diaria y se instalan frente al mar para soñar que siguen
vivos; por eso es imposible vestirlos de etiqueta o
llevarlos a un club social (sin que sean a sociales)
o hacerles una propuesta deshonesta (como el matrimonio)...
pero invítelos a un vino o a elevar una cometa
o descifrar el llanto de los árboles envejecidos...

Nunca verás sus nombres en tarjetitas de presentación
ni tendrán jamás una chequera
ni los oirás hablar sobre la devaluación o sobre
la "primura" de sus hijos, que cuando
los tienen, los creen pájaros y los empujan
a la libertad;
y tendrás que esforzarte para entender cuando
te hablen de...
"la melancolía de una fruta"
"el olor de los arreboles"
"la belleza cadavérica del amigo que acaba de morir"

Los raros (todos), ellas y ellos, me han salvado
enviándome unas alas cobrizas, una nuez como brújula,
un trocito de noche, unos ojos para transparentarlo todo,
y una bebida hecha de ganas de amar tan grandes como de morir;
esos abalorios, esa pócima de amor y muerte,
aun me mantienen en pie ante la rapacidad de los otros.

Los raros ¡Ay los raros!
sin ellos, no podríamos asistir al aleteo de la belleza.

Hernán Vargascarreño
Zapatoca, Santander 1960

Docente de literatura egresado de la UIS.Creador del grupo Poetas del exilio, de la ciudad de Santa Marta, quienes dirigen el programa POESIA MAR ABIERTO, Instituido desde 1991.
Oras publicadas: Plural (1993); Poemas para un país íntimo (1988); Poemas de Edgar Lee Masters (Traduccion 1999). Beca de creación literaria de del Ministerio de Cultura (1999) y Merecedor del premio Antonio Llanos (Cali 2000).